jueves, 1 de noviembre de 2007

La voz interior

Debajo de un puente que hoy en día está en desuso vive un ermitaño. Cada día a la salida del sol abre los ojos, se despereza y se levanta luego de una media docena de bostezos.

Celebra cada mañana entonando una canción de corte infantil y se viste con la única vestimenta que tiene: camiseta blanca de mangas largas, soquetes azules y pantalón gris náutico. En realidad siempre se acuesta vestido pero se adosa un sacón de lana que suele usar como almohada por las noches.

Su barba, un tanto desprolija, le da un aire de hombre peligroso. Pero si nos atenemos al calor de su mirada nos daremos cuenta que estamos ante la presencia de un buen hombre. Tiene el cabello largo y sus manos evidencian arduas jornadas laborales, tal vez, bajo los rayos impetuosos del sol.

En una oportunidad estaba yo caminando por el puente y se me apareció este hombre, realmente me asuste y figuré que no lo había visto. Tal vez haciéndome el distraído el vagabundo no me molestaría.

Se acercó hasta mí, me observó y amagó a seguir su rumbo. Pero hizo dos pasos y se volvió hacia mí diciéndome:

-¿Qué le sucede? ¿Acaso se encuentra usted en problemas?

Claro, era como si me hubiera leído la mente. Internamente era lo que yo le hubiera querido preguntar. Y prosiguió:

-Parece que la vida se le vuelve en contra, no? No se preocupe, cualquier ola de mar nace enorme y fuerte pero se muere y pierde fuerza en cuestión de segundos. Usted parece una persona valiente y buena, haga caso de sus primeras intenciones y va a ver como la vida le vuelve a reír.

No atiné a responder y me preguntaba si este buen hombre tendría familia y antes de que pudiera emitir sonido...

-Su familia es un buen tesoro, cuídela. ¿Qué más importa? ¿Y esa mujer que tanto ama? ¿Se da cuenta de cómo lo necesita, cómo piensa en usted y cuánto hace ella para luchar contra su realidad? Si ella lo descuida no cometa estupideces y si usted la descuida entonces preocúpese. Es así.

Estaba totalmente paralizado, imaginaba lo patética que sería la expresión de mi cara. Y sin darme respiro el hombre seguía con su discurso.

-No es patético sorprenderse, ojalá nunca pierda esa capacidad. A usted le encantan las sorpresas y será por eso que le gusta mucho generarlas. Algún día le dirán lo que usted tanto está esperando, no le parece que no saber cuando, será la mejor sorpresa. No sea tan ansioso!

Esto ya se estaba pasando de la raya así que me di vuelta, me apoyé en la baranda del puente y fijé mi vista en el cielo. No quería escuchar más, ya le había prestado bastante atención a este loco.
-Yo no soy ningún loco –me dijo casi con una sonrisa- quiero ser libre, trabajar y recibir lo justo, ayudar y ser ayudado, amar y ser amado. Quiero alegrarme por ver el sol de cada día como si fuera el último, quiero pensar libremente, quiero que mis hijos me reciban por las tardes y no por las noches. Y quiero amar a una mujer para toda la vida.

Una lágrima corría por mi mejilla y para que el hombre no me vea en ese estado me cubrí los ojos con mis manos. En ese momento entendí lo que estaba sucediendo y al apartar los dedos de mi rostro me di cuenta que ya no había nadie allí.

Decidí que no haría falta intentar buscarlo porque ya había tenido la fortuna de encontrarlo. Voz de la conciencia, introspección. No sabría definir si lo que viví ese día fue verídico pero se que nunca más pasaré por ese puente sin estar seguro de que mi vida es la que quiero y que estoy haciendo lo imposible por lograrlo. Me lo prometí y lo voy a cumplir. Por mí, por ese hombre, por esa mujer y por esa sorpresa que estoy esperando pero que un día llegará sin estar prevenido.

LEo